Cartas de amor

Me pregunto si alguna vez he recibido alguna… yo creo que sí.

 Que bonita la sensación de encontrarte con un papel doblado, tal vez hubiese sido mejor si estuviera en un sobre, pero está bien. Las hojas dobladas también son un buen detalle, porque puedo imaginarla, ahí, puesta a las carreras, con los nervios de haberlo terminado a tiempo. Es cierto, carece del detalle de la previsión, aunque en un futuro guardará las memorias del “es que se me ocurrió”. No es un poema estructurado verso por verso, leído y relamido, es algo aparecido de la nada, de eso que las personas llaman inspiración.

Detalles absurdos. Como dar algo envuelto en celofán porque la festejada llegó antes y tú, que buscaste el regalo perfecto por días y lo tenías listo, decidiste que una simple taza con un conejo en medio era perfecta. Así que le entregas dos regalos, el previsto y el que tiene en la caja una etiqueta mal arrancada y te preguntas si no habría sido mejor entregarlo después. No. Ese era el momento correcto y puedes verlo. La sonrisa, lo absurdo del empaque y el recuerdo contándole como has escogido ese regalo.

Al igual que la carta sin sobre.

Piensas que eso podría volverse una costumbre, los regalos inesperados, pero… sabes que caerá en el poco esfuerzo, que esas situaciones no pueden repetirse, que deben continuar siendo imprevistas o podrían carecer de la anécdota, los recuerdos de las sonrisas. Así que todavía entregas, de vez en cuando, algún detallito envuelto en un sobre, o en empaques lindos que podrían funcionar de decoración, mientras esperas esas alegres casualidades tan llenas de vida.

Foto a blanco y negro de una pintura en acrílico de un sobre flotando.

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